Por: Diana Marcela Lizcano Pérez*
Educar para la paz en Colombia es un reto gigante en un país como el nuestro, donde a diario la violencia permea todos los lugares de enunciación en los que evidenciamos desigualdades sociales que llevan a la muerte, donde la muerte sigue destruyendo todo a su alrededor. Sin embargo, es desde esos desafíos que se trabaja por una educación que traspase las murallas tradicionales que, también, generan violencia y se le apueste a una pedagogía del amor, del buen trato y, sobre todo, de empatía, para entender al otro/a desde sus diferencias y saber que, pese a eso, la otra persona también nos permite crecer a nivel personal.
Al llegar a una de las instituciones de educación oficiales, en Rozo, Valle del Cauca, empecé a asumir estos retos. Rozo es un territorio que ha sido permeado por la violencia, tan así que, cuando ingresé como docente, los/as estudiantes no eran capaces de mediar sus conflictos, y menos gestionar sus emociones. De esta manera al evidenciar esas problemáticas, se consideró fortalecer en los/as estudiantes la capacidad de entender a los/as demás y sobre todo la importancia de empezar a tratarse bien en el colegio para trascender a nivel comunitario.
En un primer momento, los/as estudiantes fueron sensibilizados a partir de unas correspondencias que realizaron a estudiantes de una institución educativa en Argelia, Cauca, con el propósito de sensibilizarlos/as y darles a entender que, a pesar de estar en lugares de enunciación distintos, siempre hemos estado impregnados por la violencia, y que una manera de contrarrestarla es realizando una mirada a nuestra memoria histórica desde nuestros lugares de enunciación; ahí nos damos cuenta que no somos ajenos/as a eso que sucede a diario, y que debe dolernos esas situaciones para poder también transformar lo que nos rodea. En esas cartas los/as estudiantes de ambas instituciones (departamento del Valle del Cauca y Cauca) expresaron palabras de solidaridad, persistencia y resistencia y, sobre todo, empatizaron con sus pares, que aunque no les conocían, lograron generar lazos de amistad y entender el deber ser como ciudadanos de este país, donde cada persona tiene una responsabilidad en cuanto a la construcción de paz, y que primer ingrediente mágico para ese proceso es la sensibilidad frente a esa otredad: el ponerse en el lugar del otro/a, y de esta manera empezar a tratarse bien con las demás personas.

Luego de haber trabajado las correspondencias de paz, se dio lugar a campañas del buen trato a nivel institucional para trascender a nivel comunitario, donde les hablaron a sus pares y a habitantes de Rozo acerca de las problemáticas que se han venido evidenciado en el corregimiento y las maneras en que podrían darse posibles soluciones, en medio de este palabreo varias de las conclusiones giraron alrededor del seguir tejiendo en comunidad, llegando al común de que solo de esa manera se puede llegar a esa paz que se anhela, que si bien es imperfecta no hay que desfallecer en el proceso de tejer puntadas que fortalezcan esas bases y, a su vez, fortalecerán el tejido social, porque lo social sin comunidad no tienen trascendencia, y porque es con la gente que se transforman los lugares de enunciación.
Los/as estudiantes de esta institución dejaron esa provocación a los/as adultos/as a partir del ejemplo y lo más importante es que estas acciones que se han ido generando les ha dado las herramientas para ser gestores/as de paz y seguir siendo esa píldora de memoria, de motivación para seguir soñando un territorio y un país diferente.
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*Docente de Ética y Valores