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Estamos en camino

Por: Jhon Sair Duque*

El pasado 15 de marzo, en horas de la mañana, vivimos en el Santuario de la Divina Misericordia, de la mano de la parroquia El Buen Pastor, el Jubileo de la Reconciliación y la Paz. Se hizo especial énfasis en la necesidad del encuentro, convocando a feligreses de diferentes comunidades parroquiales a participar en una peregrinación simbólica, significativa y nutrida. Este evento dejó la satisfacción de contar con pastores comprometidos, capaces de interpretar el sentir de las comunidades que guían, escuchar su clamor, unir voces y visibilizar voluntades anónimas reflejadas en rostros marcados por el drama de los conflictos y la violencia. A pesar de ello, bajo el signo de la fe, estos creyentes fluyeron como un hilo de agua viva, silencioso, que se convierte en un susurro oracional elevado a la presencia del Padre misericordioso, quien escucha el clamor de su pueblo y no lo abandona.

Durante el recorrido, contemplar los rostros, escuchar los cantos y oraciones, y maravillarse ante acciones de cuidado y atención mutua, dejó claro que la indiferencia puede transformarse en deferencia. La peregrinación ofreció un espacio de encuentro significativo para la convivencia y la reconstrucción del tejido social.

Ante esta manifestación de fe, algunas miradas de indiferencia se tornaron empáticas. Los peregrinos no eran extraños que invadían la calle, sino vecinos escenificando un sentir colectivo: el derecho a la calle implica el compromiso ético del respeto mutuo, la sana convivencia y la construcción del bien común. Esta tarea no puede delegarse, aunque sí debe ser apoyada institucionalmente, fomentando estrategias de comunicación y diálogo que sumen voluntades en lugar de restarlas.

«¿Quiénes están caminando? ¿Qué movilización es esa?» fueron algunas de las preguntas que surgieron entre los transeúntes al ver a estos peregrinos de la esperanza. Su presencia en las calles respondió al llamado jubilar y, sobre todo, a la necesidad de hacer visible la fe en la vida cotidiana. Como dice el Papa Francisco, «la fe no sólo se presenta como un camino, sino también como una edificación, como la preparación de un lugar en el que el hombre pueda convivir con los demás».

Estamos en camino, reconociendo nuestras interioridades iluminadas por la fe y movidas por la esperanza, con el propósito de construir escenarios públicos de transformación relacional. Es necesario que la espiritualidad de la acogida se imponga a la cultura del rechazo y la negación, permitiendo que florezca la verdad de quienes buscan respuestas y soluciones fraternas ante la indiferencia. Quienes anhelan brazos abiertos para cobijar sus temores e inseguridades encuentran en la comunidad creyente un testimonio contracultural frente al individualismo que ha debilitado los lazos comunales, generando incertidumbre y temores. Ante esto, la respuesta de la fe se traduce en vínculos sólidos, nacidos de la relación fraterna y la caridad mutua, como dice San Pablo, «no tengan deuda alguna con nadie, fuera del amor mutuo que se deben, pues el que ama a su prójimo ya ha cumplido con la Ley»1.

La caridad es una deuda que, como hijos de Dios, nos debemos unos a otros, como vínculo fraterno y respuesta concreta al amor divino.

La fe expresada en público debe ir unida al compromiso, no como un discurso defensivo, sino como una vivencia comunitaria auténtica: «Nace así, en relación con la fe, una nueva fiabilidad, una nueva solidez, que sólo puede venir de Dios»2.

Esta certeza responde a los naufragios de sentido y a aquellos que buscan, con esperanza, una mirada que los reconozca y una mano que los ayude a encontrar un hogar espiritual en medio de la indiferencia del mundo moderno. La tarea de la Iglesia en diálogo con la ciudad es ser casa de acogida para todos, sosteniendo su acción pastoral con solidez, en defensa de la dignidad humana y en la sanación de los vínculos que nacen del amor y la ética cristiana.

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* Director Observatorio de Realidades Sociales, Arquidiócesis de Cali

  1. Romanos 13:8 (BL95)
  2. Carta Encíclica Lumen Fidei. # 50

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