La estrategia pedagógica «Escuela pal Barrio» es un proceso de réplica, multiplicación de saberes y encuentro con los territorios que desarrollan liderazgos de la ruta 2025 del diplomado «Pedagogías comunitarias, territorialidades y paz».
Por: Ani Diesselmann*
En el corazón de Cali, en el barrio Sucre, vivimos la primera experiencia de Escuela pal Barrio: un cineforo en la calle, un acto sencillo pero profundamente humano. Entre el ruido de la ciudad y la indiferencia cotidiana, se creó un pequeño espacio de encuentro donde las personas habitantes de calle pudieron reír, mirar una película y sentirse parte. Allí recibieron una palabra, un abrazo, el reconocimiento de su nombre y una bolsa de crispetas. Por un momento olvidaron sus maletas cargadas de material reciclado, el consumo, el miedo y las necesidades.
El cine impacta. En medio de la oscuridad, de los negocios cerrados, los olores y la basura, viven personas. Y por falta de hogares, las calles se han convertido en sus espacios íntimos. Cada jueves, en el mismo punto, se instala un ancla.
Me sorprendió descubrir que la gente llega muy tarde. Me lo explicaron: cuando los negocios del centro cierran y sacan la basura, comienza otro movimiento. Los habitantes de calle aparecen, rebuscan, separan el material reciclable, organizan sus cosas. Es después de las ocho o las nueve cuando la vida realmente empieza para ellos. A las diez, a las once, la calle se llena. Es una vida nocturna, oscura, una ciudad paralela que despierta justo cuando el resto de la ciudad se duerme.
En un momento, el generador se apagó y la película quedó en silencio. No sabía si la gente realmente la estaba siguiendo, pero entonces comenzaron los comentarios. Una mujer gritó riendo: “¡Ey, que me devuelvan la plata, qué proyección tan mala!”, y todos soltamos carcajadas. Fue un instante de alivio y humor compartido, un recordatorio de que incluso en la calle hay risa y comunidad.
Me impactó observar cómo otras fundaciones pasan en carro por las ollas y los barrios, lanzando pan desde la ventana, como si estuvieran en un safari, como si alimentaran animales en un zoológico. No se bajan, no miran, no quieren contacto. Y me quedé pensando: ¿a qué le tienen miedo? No creo que sea miedo a la gente —porque quienes viven en la calle, en esas condiciones, no están para robar—, sino miedo a otra cosa más profunda: miedo a la posibilidad de caer, a ver de frente la miseria, a reconocer en esos rostros la fragilidad que también nos habita.
Ver a los y las compañeras de Vistiéndome de verde sentados junto a ellos en el andén, compartiendo palabra y mirada, fue un gesto de dignidad. Por un momento, el cine se volvió refugio y la calle, un espacio de cultura.
El cineforo acompaña una iniciativa de la Fundación Hombres de valor y fe, que cada jueves ofrece cupos en una casa de rehabilitación, si hay espacio. La decisión es inmediata: quien desea dejar la calle puede hacerlo ya, sin trámites ni esperas, solo con la palabra y la voluntad de partir. Ayer fue Mauricio, un joven con apenas un short, una camiseta y una pequeña maleta que no quiso abrir. Decidió irse, subirse al carro, cambiar su vida. Antes de partir, los voluntarios formaron un círculo y, en el centro, junto a él, elevaron una oración de despedida. Ver esa escena —la emoción, la fe, la ternura en cada gesto— me conmovió profundamente. No esperan a un mañana para actuar: lo hacen ahora, con los que están, en el aquí y el ahora. Y ese acto, tan simple y tan humano, deja una huella que combina tristeza y esperanza, pero sobre todo una alegría que nace del encuentro verdadero.
La experiencia de la Escuela pal Barrio en el barrio Sucre permite reflexionar sobre las múltiples formas de habitar la ciudad y las profundas desigualdades que atraviesan el espacio urbano. El desplazamiento del ciclo vital urbano revela la existencia de temporalidades sociales diversas dentro de un mismo territorio, que rara vez se interceptan. El cineforo actúa como un punto de contacto simbólico y material donde esas temporalidades se cruzan momentáneamente.
La presencia de habitantes de calle en el centro evidencia la ausencia de políticas públicas efectivas para la atención integral de esta población y la fragmentación social que caracteriza a la ciudad contemporánea.
El cineforo se constituye, así, en una práctica de reapropiación simbólica del espacio público. Convertir una calle en un lugar de encuentro y cultura transforma temporalmente las dinámicas del territorio: el ruido, la basura y la indiferencia se suspenden para dar paso a un acto colectivo de reconocimiento. Este gesto, aunque efímero, revela el potencial del arte comunitario para generar vínculos, reconstruir tejido social y humanizar las relaciones entre quienes habitan mundos urbanos normalmente desconectados.
Desde un punto de vista analítico, esta experiencia muestra cómo las intervenciones pueden funcionar como dispositivos de inclusión cuando logran articular la acción simbólica (el cine, la palabra, la mirada) con respuestas concretas (el acceso a programas de rehabilitación).
También pone de relieve la importancia del tiempo y la cotidianeidad: las calles del centro cobran vida en horarios marginales, invisibles para la mayoría, lo que invita a repensar las categorías de “espacio público” y “vida urbana” desde las experiencias de quienes están fuera del orden social dominante.
Finalmente, esta observación plantea un desafío ético y político para la comprensión de la ciudad: reconocer a los habitantes de calle no solo como sujetos de intervención, sino como actores urbanos con saberes, prácticas y modos de resistencia. En ellos se condensa la vulnerabilidad estructural de la urbe, pero también una capacidad de adaptación y supervivencia que debe ser comprendida, no negada.
La Escuela pal Barrio encarna, así, un gesto pedagógico y ciudadano que desborda el asistencialismo y propone una pedagogía de la presencia: estar con el otro, en el lugar donde la ciudad suele mirar hacia otro lado.
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* Asesora en derechos humanos de la agencia Comundo



