Por: Luisa Fernanda Sanabria Ruiz
Llegar a la ladera de Cali fue abrir el corazón a un territorio que respira y palpita.
Allí, entre montañas y un cielo despejado, conocí a la Fundación Hilando Sueños y el hermoso proceso que acompaña a niños, niñas y adolescentes en Altos de Meléndez.
En los pequeños gestos —como preparar juntas el jugo para el refrigerio— descubrí historias de madres que un día llegaron huyendo de la violencia y que hoy tejen esperanza con sus manos, creando nuevas posibilidades y futuros distintos para sus hijos e hijas.
En la Comuna 20, en la Urbanización Venezuela, me encontré con el proyecto Cine Pa’l Barrio, donde un grupo de jóvenes hace del arte y el cine un lenguaje para la paz y la memoria.
Allí comprendí que la paz se cultiva en lo cotidiano:
en la mirada de quien sigue descubriendo la vida con ojos de niño,
en la película que inspira a soñar con otro destino.
Caminar junto a los niños y niñas fue aprender a mirar de nuevo,
a escuchar el murmullo de los árboles
y el pulso de una ciudad que aún sueña con sanar.
Descubrí que la ladera es un territorio vivo,
un pulmón que sostiene la esperanza
y nos invita a cuidar la vida en todas sus formas.
La vida insiste y persiste en el agua del río,
que no se cansa de brotar y de nutrir;
en el baile de los vecinos un domingo en el parque;
en el compartir sencillo de la comunidad;
en los niños que sueñan con ser artistas y pintores
mientras reinventan el color del barrio.
Escuela pal Barrio me recordó que educar
es también amar el territorio,
escuchar su voz,
cuidar lo que nos une
y creer, una y otra vez,
que la paz se aprende caminando juntos y juntas.
Gracias a los y las jóvenes que día a día sostienen estos procesos,
que creen y le apuestan a que la ladera sea un territorio de paz.
Su convicción, su arte y su ternura
son el hilo que mantiene viva la esperanza
de una Cali que se teje desde el barrio,
con amor y con dignidad.
